2ª parte / XV. APUNTES PARA UNA POLÍTICA DE LA POSICIÓN (1984)
Traducción de María Soledad Sánchez Gómez.
--2a Parte, el original completo puede ser leído por completo al final de ésta entrada (Abajo) Paginas 216 a la 222.
La dificultad de decir yo; una frase de la novelista alemana oriental Christa Wolf[1]. Pero una vez que la hemos dicho, al darnos cuenta de la necesidad de ir mas allá, ¿no hay dificultad en decir “nosotras”? Tú no puedes hablar por mí. Yo no puedo hablar por nosotras. Dos ideas: no hay liberación que sólo sepa decir “yo”; no hay movimiento colectivo que hable en nombre de cada una de nosotras todo el tiempo.
Y así, hasta los corrientes pronombres personales se convierten en un problema político[2].
- 64 misiles crucero en Greenham Common y en Molesworth.
- 112 en Comiso.
- 96 misiles Pershing II en Alemania Occidental.
- 96 para Bélgica y Holanda.
Estos son los proyectos para los próximos años[3].
- Miles de mujeres, en Europa y en Estados Unidos, dicen no a esto y a la militarización del mundo.
Un enfoque que remonte el militarismo hasta el patriarcado y el patriarcado hasta la masculinidad como cualidad fundamental puede ser desmoralizador y paralizante... Quizás sea posible obsesionarse menos con el descubrimiento de las “causas de origen”. Podría ser más útil preguntarse: ¿Cómo se repiten estos valores y conductas generación tras generación?[4]
La valoración de la hombría y la masculinidad. Las fuerzas armadas como encarnación de Ia familia patriarcal. La idea arcaica sobre las mujeres como el “frente del hogar” cuando hay despliegue de misiles por los patios traseros de Wyoming y Mutlangen. La urgencia cada vez mayor de que el movimiento antinuclear, antimilitarista sea un movimiento feminista, un movimiento socialista, un movimiento antirracista y antiimperialista. No es suficiente que la gente que conocemos, la que es como nosotros y nosotras, o cada cual, personalmente, tenga miedo. Ni nos da fuerza el entregarnos al terror abstracto de la pura aniquilación. El movimiento antinuclear, antimilitar no puede barrer los misiles como si fuera un movimiento para salvar la civilización blanca en Occidente.
El movimiento por el cambio es un movimiento cambiante, que se transforma, se desmasculiniza, se desoccidentaliza, que se convierte en una masa crítica que dice en muchas voces, idiomas, gestos y acciones diferentes: Debe cambiar; podemos cambiarlo.
Nosotras y nosotros que no somos iguales. Nosotras y nosotros que somos multitud y que no queremos ser iguales.
AI intentar observarme en el proceso de escribir esto, continúo volviendo a algo que escribió Sheila Rowbotham, la feminista socialista británica, en Beyond the Fragments:
Un movimiento te ayuda a vencer parte del opresivo distanciamiento de la teoría, y esto ha sido un... esfuerzo constante y creativo por parte de la liberación de la mujer. Pero algunos caminos no figuran en los mapas y nuestros asideros desaparecen... Veo lo que estoy escribiendo como parte de una reivindicación más amplia que está comenzando. Yo misma formo parte de la dificultad. La dificultad no está ahí fuera[5].
Mis dificultades tampoco están ahí fuera —excepto en las condiciones sociales que hacen todo esto necesario. Ya no creo por más tiempo —mis sentimientos no me permiten creer— que los ojos blancos vean desde el centro. Sin embargo, con frecuencia me sorprendo pensando como si todavía creyera que eso es cierto. O, mejor dicho, mi pensamiento permanece inmóvil. Me siento detenida, como si mi cerebro y mi corazón se negaran a hablarse. Mi cerebro, un cerebro de mujer, se regocija al romper el tabú que existe contra el pensamiento femenino y se ha elevado en el viento, diciendo: Soy la mujer que formula las preguntas. Mi corazón ha ido aprendiendo de una manera mucho más humilde y laboriosa, aprendiendo que los sentimientos son inútiles sin los hechos, que todo privilegio es ignorante en esencia.
Estados Unidos no ha sido nunca un país blanco, aunque durante largo tiempo ha servido a lo que los hombres blancos definieron como sus intereses. El Mediterráneo no fue nunca blanco. Inglaterra, el Norte de Europa, si alguna vez fueron absolutamente blancos, ya no lo son más. En una librería izquierdista de Manchester, Inglaterra, había un póster acerca del Tercer Mundo: ESTAMOS AQUÍ PORQUE USTEDES ESTABAN ALLÍ. En Europa siempre ha habido población judía, los originarios habitantes del gueto, identificados como tipo racial, que han sufrido leyes de tránsito e impuestos especiales de entrada, traslados forzosos, masacres: los cabezas de turco, los extraños, a los que nunca se ha considerado verdaderamente europeos sino parte de un mundo oscuro que se debe controlar y algún día, exterminar. Hoy día, las ciudades europeas tienen nuevas cabezas de turco también: la diáspora de los viejos imperios coloniales. ¿Es el antisemitismo un modelo para el racismo, o lo es el racismo para el antisemitismo? Y una vez más, ¿a dónde nos conduce la pregunta? ¿No es aquí por donde debemos empezar, por el lugar en el que estamos cuarenta años después del Holocausto, en la agitación de la violencia de Oriente Medio, en medio de la decidida revuelta en Suráfrica —no en un debate sobre orígenes y precedentes sino en el reconocimiento de la simultaneidad de las opresiones?
He estado pensando mucho en la obsesión que hay con los orígenes. Es como una manera de detener el tiempo en su camino. Los triángulos sagrados neolíticos, los jarrones minoicos con ojos de mirada fija y pechos, las figuritas femeninas de Anatolia, ¿no son, como los fragmentos de Safo, evidencias concretas de la existencia de ciertas culturas tempranas en las que se afirmaba a la mujer, de culturas que disfrutaron de siglos de paz? Pero, ¿no han sido también imágenes atrayentes que nos han mantenido sujetas e inmovilizadas? La actividad humana no cesó en Creta o en Çatal Hüyük. No podemos construir una sociedad libre de dominación volviendo la mirada atrás y fijándola en una tribu o ciudad de hace tiempo.
El constante poder espiritual de una imagen reside en la interacción que existe entre lo que ella nos evoca —lo que nos trae a la imaginación— y nuestras acciones, que continúan en el presente. Cuando la labrys[6] se convierte en emblema del culto a las diosas minoicas, cuando la portadora del labrys ha dejado de cuestionarse que está haciendo en esta tierra y hacia dónde Ia conduce su amor por las mujeres, la labrys también se convierte en una abstracción, algo que se aleja del calor y las fricciones de la actividad humana. La estrella judía en el cuello debe servirme de recordatorio y de estímulo para una responsabilidad continua y cambiante.
Cuando me entero de que en 1913 tuvieron lugar en Sud África marchas de montones de mujeres que hicieron que se dejaran sin efecto las leyes que regulaban los permisos de entrada; de que en 1956, 20,000 mujeres se reunieron en asamblea en Pretoria para protestar contra las leyes de tránsito para mujeres, que la resistencia a esas leyes se llevó a cabo en aldeas remotas del país y se castigó con disparos, golpes e incendios; cuando me entero de que en 1959 se manifestaron 2,000 mujeres en Durban contra las leyes que facilitaban la existencia de cervecerías para los hombres africanos a la vez que se consideraba ilegal que las mujeres elaboraran cerveza de forma tradicional en el hogar; que todas a una y al mismo tiempo, las mujeres africanas han tenido un papel fundamental al lado de los hombres en la resistencia contra el apartheid, me veo obligada a preguntarme ¿por qué me ha llevado tanto tiempo conocer estos capítulos de la historia de las mujeres, por qué el liderazgo y las estrategias de las mujeres africanas no se han reconocido como teoría en acción por el pensamiento feminista blanco occidental? (En un libro de dos hombres titulado South African Politics, publicado en 1982, hay una entrada para “Mujeres” [sufragio] y ni una sola referencia por ningún lado al liderazgo político y a las acciones masivas de éstas)[7].
Cuando leo que un aspecto fundamental dentro de los conflictos de la década pasada en Líbano ha sido la organización política de las mujeres por parte de las mujeres, a través de diferencias de clase, tribales y religiosas, que las mujeres trabajaban y enseñaban juntas dentro de los campos de refugiados y comunidades armadas, y que dichos esfuerzos se han minado violentamente con la guerra civil y la invasión israelí, me veo obligada a reflexionar [8]. Iman Khalifa, la joven profesora que intentó organizar una marcha silenciosa por la paz en la frontera cristiano-musulmana de Beirut —protesta que fue sofocada porque se amenazó con masacrar a las participantes—, y mujeres como ella, no surgen de la nada, pero a nosotras, feministas occidentales que vivimos en otras condiciones, no se nos estimula a que conozcamos estos antecedentes.
Y vuelvo a la breve, extraordinaria novela de Etel Adnan, Sitt Marie Rose, sobre una cristiana libanesa de clase media, torturada por haberse unido a la Resistencia Palestina, y leo:
Ella estaba también bajo el poder de otro gran delirio al creer que las mujeres estaban a salvo de la represión y que los líderes consideraban la lucha política como algo que tenía lugar estrictamente entre varones. De hecho, al haber accedido las mujeres a ciertos poderes, las habían empezado a vigilar más estrechamente y, quizás, con más hostilidad. Cada acto femenino, incluso los que parecían más caritativos y menos políticos, se consideraban rebelión en un mundo en el que las mujeres siempre habían tenido papeles serviles. Marie Rose inspiraba desprecio y odio mucho antes del aciago día de su detención[9].
Por toda la curvatura de la tierra las mujeres se levantan antes del alba, en la oscuridad antes de que haya un punto de luz, en el crepúsculo antes de la salida del sol; hay mujeres que se levantan antes que lo hagan los hombres y las criaturas para romper el hielo, para encender la estufa, preparar la papilla, el café, el arroz, planchar pantalones, trenzar el cabello, sacar el agua diaria del pozo, hervir agua para el té, lavar a los niños y a las niñas para la escuela, coger las verduras y empezar a caminar hacia el mercado, correr para tomar el autobús para acudir al trabajo remunerado. No sé cuándo duermen la mayor parte de las mujeres. En las grandes ciudades, al amanecer, las mujeres viajan hacia sus casas después de haber limpiado oficinas toda la noche, de haber encerado vestíbulos de hospitales, o de haberse quedado con gente anciana, enferma y asustada cuando se supone que la muerte cumple su cometido.
En Perú: “Las mujeres invierten horas en limpiar de piedras diminutas y pajas las alubias, el trigo y el arroz; quitan la vaina a los guisantes y limpian el pescado y muelen especias en pequeños morteros. Compran huesos o vísceras en el mercado y cocinan sopas baratas y nutritivas. Arreglan la ropa hasta que ya no quede un solo parche más. Buscan... los uniformes de colegio más baratos y pagables en el mayor número posible de plazos. Cambian revistas viejas por palanganas de plástico y compran juguetes y zapatos de segunda mano. Recorren largas distancias para encontrar un carrete de hilo a un precio un poco más bajo”[10].
Éste es el trabajo diario que no ha cambiado nunca, el trabajo femenino no remunerado que es la supervivencia de la gente pobre.
La veo bajo una mínima luz, una y otra vez, su reloj interno haciéndola salir de la cama con sus pesados y quizás doloridos miembros, echando vida al fogón, a su casa, a su familia, con su aliento, llevando el último frio trozo de noche en su cuerpo, encontrándose con el repentino salto del sol que se levanta.
En mi blanco y norteamericano mundo han tratado de decirme que esta mujer —politizada por fuerzas que interseccionan— no piensa ni reflexiona sobre su vida. Que sus ideas no son auténticas ideas, como las de Karl Marx y Simone de Beauvoir. Que sus cálculos, su filosofía espiritual, sus dotes para la ley y la ética, sus diarias decisiones políticas de emergencia, son simplemente reacciones instintivas o condicionadas. Que sólo cierta clase de personas puede construir teoría; que la mente educada en el código blanco es capaz de formularlo todo; que el feminismo blanco de clase media sabe por “todas las mujeres”; que sólo cuando una mente blanca formula se va a tomar esa formulación en serio.
En Estados Unidos, la teoría centrada en lo blanco no se ha enganchado adecuadamente todavía con los textos —escritos, impresos, y ya fácilmente disponibles— que durante una década o más han ido formulando la teoría política del feminismo Negro norteamericano: la declaración del Colectivo Combahee River, los ensayos y discursos de Gloria I. Joseph, Audre Lorde, Bernice Reagon, Michele Russell, Barbara Smith y June Jordan, por nombrar a unas cuantas de las más conocidas. Las feministas blancas han leído y dado clase con la antología This Bridge Called My Back: Writings by Radical Women of Color, sin embargo, con frecuencia se han quedado en una simple percepción de la obra como un irritado ataque contra el movimiento de las mujeres blancas. De esta forma los sentimientos blancos permanecen en el centro. Por supuesto, yo necesito salir de 1a base y del centro de mis sentimientos, pero con una impresión correctiva de que mis sentimientos no son el centro del feminismo[11].
Y si leemos a Audre Lorde, a Gloria Joseph o a Barbara Smith, ¿entendemos que las raíces intelectuales de esta teoría feminista no están en el liberalismo blanco o en el feminismo blanco euroamericano, sino en los análisis de la experiencia afroamericana tal como la articularon Sojourner Truth, W. E. B. Du Bois, Ida B. Wells-Barnett, C. L. R. James, Malcom X, Lorraine Hansberry y Fannie Lou Hamer entre otros? ¿Entendemos que no se puede marginar y reducir ese feminismo Negro como una simple respuesta al racismo del feminismo blanco, o como un añadido al feminismo blanco; entendemos que es un desarrollo orgánico de las filosofías y movimientos Negros del pasado, de su práctica y sus publicaciones? (¿Y que, cada vez más, el feminismo norteamericano Negro mantiene un diálogo activo con otros movimientos de mujeres de color dentro y fuera de los Estados Unidos?)
Horrorizarse de ese desafío, o despreciarlo, solo sirve para que el feminismo permanezca aislado de los otros grandes movimientos por la autodeterminación y la justicia, dentro y contra los cuales las mujeres nos definimos.
Una vez más: ¿Quiénes somos nosotras?
Aquí acaban estos apuntes, pero esto no es un final.
[1] Christa Wolf, The Questfor Christa T, trad. Christopher Middleton (Nueva York: Farrar, Straus & Giroux, 1970), p. 174 (Existe una traducción al español: Noticias sobre Christa T, trad. María Nolla [Barcelona: Barral, 1972]).
[2] Vease Bernice Reagon, “Turning the Century”, en Smith, pp. 356-368; Bulkin, pp.103, 190-193.
[3] Información de mayo de 1984, gracias a la Liga de Oponentes a la Guerra.
[4] Cynthia Enloe, Does Khaki Become You? The Militarisation of Womens Lives (Londres: Pluto Press, 1983), capítulo 8.
[5] Sheila Rowbotham, Lynne Segal y Hilary Wainwright, Beyond the Fragments: Feminism and the Making of Socialism (Boston: Alyson, 1981), pp. 55-56.
[6] N. de la T.: Ornamento en forma de doble hacha que aparece en el arre helénico y pre-helénico.
[7] Women under Apartheid (Londres: International Defence and Air Fund for Southern Africa in cooperation with the United Nations Centre Against Apartheid, 1981), pp. 8799; Leonard Thompson and Andrew Prior, South African Politics (New Haven, Conn.: Yale University Press, 1982). Un artículo en Sechaba (publicado por el Congreso Nacional Africano) hace referencia a “la rica tradición femenina de organización y movilización” en la lucha Negra surafricana (octubre, 1984), p. 9.
[8] Helen Wheatley, “Palestinian Women in Lebanon: Targets of Repression", WANAS, Third World Student Newspaper, Universidad de California, Santa Cruz (marzo 1984).
[9] Etel Adnan, Sitt Marie Rose, trad. Georgina Kleege (Sausalito, Calif.: Post Apollo Press, 1982), p. 101.
[10] Blanca Figueroa y Jeanine Anderson, "Women in Peru", International Reports: Women and Society (1981). Véase Tambien Ximena Bunster y Elsa M. Chaney, Sellers and Servants: Working Women in Lima, Peru (Nueva York: Praeger, 1985), y Madhu Kishwar y Ruth Vanita, In Search of Answers: Indian Women's Voices from “Manushi" (Londres: Zed, 1984), pp. 56-57.
[11] Gloria Anzaldua y Cherríe Moraga, eds., This Bridge Called My Back: Writings by Radical Women of Color (Watertown, Mass.: Persephone, 1981; distribuido por Kitchen Table I Women of Color Press, Albany, Nueva York).
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