La E nos excluye y menos mal.
Una reflexión lingüística desde el Feminismo Radical de la Diferencia, 2018.
Andrea Franulic Depix
“Yo soy la mente viva que no lográis describir en vuestra lengua muerta el nombre perdido, el verbo que sobrevive solo en infinitivo las letras de mi nombre están escritas bajo los párpados de la criatura recién nacida”
(Adrienne Rich, La extranjera, 1972)11) Ver Adrienne, Rich, Galaxias de mujeres, Madrid, Sabina editorial, 2020. Traducción de Arantxa Azurmendi Muñoa, Carmen Oliart Delgado de Torres y Ana Mañeru Méndez.
El texto aquí presentado se publicó originalmente en la página web: https://andreafranulic.cl/lenguaje/la-e-nos-excluye-y-menos-mal/, y en el libro “Incitada, feminismo radical de la diferencia, Antología”, se reproduce la versión del libro, con el permiso de la autora para LeSVOZ.
Hace algunos años escribí un texto para pensar el uso de la A en palabras como “cuerpa”, pensando este uso no por la motivación legítima de parte de las mujeres que este tiene, sino por las implicancias más profundas del uso de la lengua y por el riesgo de generar cambios que se queden solo en la superficie. Hoy, el uso de la E ha desplazado a cualquier otro. En estas condiciones, prefiero la A, pues la E es una invisibilizadora de las mujeres como siempre lo han sido los usos lingüísticos patriarcales. Esta E surge en el contexto de la disidencia sexual y la necesidad de nombrar la experiencia transgénero, pero borra a las mujeres como la misma corriente feminista que teoriza sobre dicha experiencia, el postfeminismo. Si las mujeres queremos transformar la lengua, o bien, dejar de usar una lengua que nos niega, el camino de la E no es el que posibilitará este deseo genuino y político. La reflexión de las feministas en torno al lenguaje patriarcal y a la importancia de nombrar las mujeres nuestra experiencia, es de larga data. Me gustaría presentar algunas de esas reflexiones, en especial, aquellas que provienen del feminismo radical y el feminismo de la diferencia, junto a las alternativas para zafarnos de los usos lingüísticos patriarcales.
En principio, es fundamental aclarar algo que ya es muy sabido: la lengua es un espejo de la cultura y viceversa, y se intervienen mutuamente. Por eso, analizar la estructura de la lengua androcéntrica es muy esclarecedor para develar la estructura de la cultura patriarcal. Quiero iniciar con una teórica del lenguaje, Patrizia Violi, semióloga italiana, cuya perspectiva es la diferencia sexual22)Ver Patrizia, Violi, El infinito singular, Madrid, Cátedra, 1991. Prólogo de Ana Mañeru Méndez.. La autora analiza las estructuras de las lenguas que se hablan en el planeta y concluye que todas son androcéntricas. ¿Por qué?, porque, en todas, la diferencia sexual femenina está inscrita en sus estructuras, pero siempre de manera negativa. Esto se puede representar y sintetizar por la siguiente ecuación: femenino es igual a no-masculino, y masculino es igual a humano. Es decir, si las mujeres se quieren identificar con lo humano, deben homologarse a los hombres; si no sucede así, quedan proyectadas en una esfera de lo no-humano. Esto no debiese sorprendernos, pues sabemos que el mecanismo fundante de la civilización androcéntrica es la negación de la diferencia sexual femenina.
Prefiero hablar de diferencia sexual en lugar de cuerpo sexuado, porque este último corre el riesgo de ser reducido a una mera categoría biológica. Cuando nos referimos a diferencia sexual, estamos aludiendo al cuerpo como fuente significante, a la imposibilidad de separar el cuerpo de la palabra, a saber que el cuerpo, entonces, es tanto biológico como semiológico (creador de signos, de significados) y, por lo tanto, si la cultura patriarcal se esmera en negarnos, se debe a que, al mismo tiempo, niega el simbólico de la madre (conjunto de signos con sus significados), que se ha tejido a lo largo de los siglos desde la experiencia libre de las mujeres33)Ver Luisa, Muraro, El orden simbólico de la madre, Madrid, Editorial Horas y Horas, 1994.. Es decir, niega otra posibilidad de crear cultura y sociedad, de relacionarnos con nosotras mismas, entre nosotras y con el mundo. Junto con eso, al no dar cabida a esta diferencia, que es primaria, que es un hecho irreductible, instaura una cultura unidimensional que deja fuera la multiplicidad de la vida y la diferencia como principio de existencia.
La negación de nuestra diferencia se ha hecho de varias formas (violándonos, matándonos, cosificándonos), y la lengua es una de estas formas que opera en el nivel simbólico. Su papel, como todo lo simbólico, es fundamental, dada la importancia que tiene para la especie humana, comparada con las otras especies que habitan el planeta44)Ibid.. Volviendo a Violi, ella nos dice que esta negación se imprime en la estructura profunda de la lengua, no en su superficie, pero se observa en esta última. Con superficie lingüística se refiere, por ejemplo, al paradigma de los géneros gramaticales en el que se aplican los cambios lingüísticos que provienen de distintas tendencias del feminismo o de aquellas que promueven un lenguaje no sexista: la –e es parte de esto. La negación de la diferencia femenina en los géneros gramaticales se expresa con el predominio del masculino y la absorción o “inclusión” del femenino en este; así, decimos los alumnos, los niños, el Hombre, etc., absorbiendo a las mujeres en estas expresiones. Como dije antes, la lengua es espejo de la cultura y viceversa.
Pero la –e no está tampoco visibilizando lo femenino, al contrario, también lo absorbe (lo incluye). En el español, la –e es un morfema que expresa un predominio del masculino: estudiantEs, profesorEs, pescadorEs, doctorEs, etc.
Sin embargo, el tema principal para Patrizia Violi es salir de esta superficie, pues si la negación de la existencia de las mujeres se inscribe en la estructura profunda de la lengua, todos los cambios que se hagan en la superficie de la misma no afectarán dicha profundidad. Es más, el sistema de la lengua, tan flexible como es, incorporará estas modificaciones sin afectar su lógica interna, que seguirá siendo androcéntrica. ¿Y cuál es esta estructura profunda? La autora señala que es la organización elemental del significado o del sentido. Y esta se ubica en el límite entre el cuerpo y la palabra, cuya relación es indisoluble. Es decir, en la organización semántica profunda radican todas las dimensiones del sentido que tienen que ver con la experiencia vital de tener un cuerpo, que es sexuado: las percepciones, las sensaciones, las pulsiones, las emociones, las intuiciones, los sueños, el inconsciente, la sexualidad, entre otras. Todas estas dimensiones son parte del lenguaje y son capaces de simbolizar la experiencia, o semiotizarla, o sea, significarla, transformarla en palabra.
Es en dicho límite entre cuerpo y palabra donde se imprimió, hace siglos, la diferencia femenina de modo negativo. Podríamos decir que, en este proceso nefasto para nosotras, lo femenino, entendido como sentido libre de ser mujer, mutó en “género”, en estereotipo codificado por el régimen patriarcal55) Ver María-Milagros, Rivera Garretas, Nombrar el mundo en femenino. Pensamiento de las mujeres y teoría feminista, Barcelona, Icaria, 1994.. Pues el género, para nosotras, es eso, la absorción de nuestra diferencia en el masculino, convirtiéndonos en su límite negativo y en su condición de existencia66)Ver Patrizia, Violi, Op. Cit., 1991., lo que el patriarcado ha llamado, falazmente, complementariedad, pero que las pensadoras de la diferencia sexual denominan el régimen del uno77)Ver María-Milagros, Rivera Garretas, Op. Cit., 1994.. Violi señala que hubo un corte histórico entre la estructura profunda del significado y la experiencia de las mujeres. Este quiebre lo podemos explicar con el origen mismo del patriarcado y observar en el origen mismo de cada vida que nace; se relaciona con la pérdida de autoridad femenina88) Autoridad de ‘augere’, que significa ‘hacer crecer’; no quiere decir autoritarismo, que es patriarcal. Ver Librería de Mujeres de Milán, No creas tener derechos. La generación de la libertad femenina en las ideas y vivencias de un grupo de mujeres, Madrid, Horas y Horas, 2004., de la mano de la dominación de nuestros cuerpos.
La filósofa italiana de la diferencia sexual, Luisa Muraro, afirma que aprendemos a hablar de la madre, y esta es la lengua materna99) Ver Luisa, Muraro, Op. Cit., 1994. –arrebatada por el conocimiento con poder1010) Ver María-Milagros, Rivera Garretas, La diferencia sexual en la historia, España, Universitat de Valencia, 2005. Ibid. e institucionalizada por la educación formal. La pensadora describe este aprendizaje desde que habitamos la vida intrauterina y escuchamos las voces del exterior, principalmente, la del cuerpo que nos contiene. De esta manera, nacer, salir del útero al mundo, se debe al impulso de querer aprender a hablar, nos dice la autora, pues así como necesitamos el aire para respirar y lograr vivir, también lo requerimos para los órganos de la fonación y lograr hablar; en el inicio, son los primeros sonidos y balbuceos del habla, incluido el llanto. Y es la madre quien nos amamanta y nos habla, nos canta, susurra o recita antiguos versos. A medida de que crecemos, nos va mostrando el mundo: a cada cosa le corresponde una palabra, un nombre. Y la montaña ES la montaña. Nos fiamos en lo que nos dice. El deseo primario de la palabra crea un vínculo relacional con la madre y esta relación se basa en la confianza. Esta es la lengua materna y el simbólico de la madre (el simbólico de la madre es la lengua que hablamos, dice María-Milagros Rivera1111) Ibid).
Cuando la madre no está presente, siempre hay alguien que enseña la lengua en su lugar1212) Ver, Luisa, Muraro, Op. Cit., 1994., en general, otra mujer. Es importante recordar que, innumerables veces, estas experiencias de nacimiento y crianza están llenas de dolor y abandono, están quebradas en las vidas de muchas y de muchos, porque nacemos en un mundo patriarcal donde la capacidad de dar vida de las mujeres –justamente aquí radica el corte del que nos habla Violi– es usurpada e institucionalizada, transformada en servicio a los hombres y a su régimen simbólico, basado en la violencia, la desconfianza, lo monológico.
Esto implica que a las mujeres nos escinden de nuestro origen y genealogía; quedamos expuestas a las operaciones de negación de los hombres, a tener que significarnos en referencia a ellos y a asumir sus fantasías/perversiones como propias. Así es, la lengua materna es usurpada al mismo tiempo que es usurpada la autoridad de la madre en la cultura patriarcal.
La madre es desplazada por el padre, por su palabra, su ley y su tradición de pensamiento misógino y falocrático1313) Ver Luisa, Muraro, Op. Cit., 1994.. La maternidad es arrebatada para ser codificada como una “institución de vanguardia” de la cultura patriarcal, junto a la heterosexualidad obligatoria, dice Adrienne Rich1414) Ver Adrienne, Rich, “Heterosexualidad obligatoria y existencia lesbiana (1980)”, "Sangre, pan y poesía", Barcelona, Icaria, 2001., escritora estadounidense, lesbiana y feminista radical. La relación de la madre con la hija es intervenida por el patriarca; es el vínculo genealógico primario donde el padre irrumpe para arrebatarnos la energía creativa, la palabra, a las mujeres.
De esta manera, se nos fragmenta entre el cuerpo y la palabra1515) Ver Luisa, Muraro, Op. Cit., 1994., volcándonos a aprender, en la enseñanza establecida, un lenguaje ajeno, el androcéntrico, que nos niega y denigra desde su más profunda estructura, y nos obliga a sentirnos incluidas en el sujeto que se pretende universal, el Hombre. Mercedes Bengoechea, lingüista feminista española, que estudia la teoría lingüística de Adrienne Rich, señala que las mujeres tenemos dos nefastas salidas frente al uso de este lenguaje: el silencio o la enajenación1616) Ver Mercedes, Bengoechea, Adrienne Rich: génesis y esbozo de su teoría lingüística, Ayuntamiento de Alcalá de Henares, 1993.. El silencio, no como imposibilidad de las mujeres, sino como una imposibilidad del lenguaje mismo, por lo tanto, representa nuestra resistencia a no querer hablar un lenguaje que nos niega o no nos interpreta. La enajenación (confusión y desequilibrio) surge cuando no queda otra opción, para ser escuchadas, que usar dicho lenguaje, y tener que percibir y organizar los elementos del mundo de manera androcéntrica y misógina. Ni la mudez ni la enajenación son salidas para nosotras. Quedarnos sin lengua propia es dramático1717) Con lecturas más recientes, me doy cuenta de que nunca nos quedamos sin lengua propia, la lengua materna siempre está ahí, lo que sucede es que no la vemos, porque le dejamos de reconocer autoridad a la madre. Ver María-Milagros, Rivera Garretas, Op. Cit., 2005., pues conlleva no poder codificar (a veces, ni siquiera lograr llevar al plano de la conciencia) nuestras experiencias internas.
Al tratarse de una usurpación, muchos elementos del lenguaje del padre son nuestros, pero, al haber sido históricamente robados, aparecen llenos de mentiras y tergiversaciones sobre nuestras vidas. El robo siempre va acompañado de mentiras. Pensemos en el hilar histórico de nuestros territorios, como dice Nadia Rosso, lingüista feminista mexicana, donde la lengua materna de las mujeres de nuestro continente fue arrebatada por los hombres violadores europeos; y recordemos todas las mentiras que han circulado sobre la colonización del mismo. En este sentido, Adrienne Rich plantea que la cultura patriarcal se fundamenta y perpetra sobre la base de grandes silencios sobre nosotras, que se expresan en vacíos léxicos, es decir, en la ausencia total de un término para nombrar determinada realidad (la inexistencia de palabras para la experiencia de la maternidad y la sensualidad libre de las mujeres), en parcelaciones (cuerpo y mente; amor y política, entre muchas otras), falsedades (revisemos el repertorio ginecológico y el ocultamiento de sus torturas hacia nuestros cuerpos, por dar solo un ejemplo), descalificaciones y deformaciones de nuestra experiencia1818) Ver Mercedes, Bengoechea, Op. Cit., 1993..
Dice Mary Daly, teóloga estadounidense, lesbiana y feminista radical, que la palabra “glamour” era parte del simbólico de las brujas y expresaba su poder sobrenatural (“hechizo mágico”), sin embargo, en la actualidad, “el poder del término está enmascarado y ahogado” al punto de transformarse en un nombre para revistas de moda, que objetualizan el cuerpo femenino1919) Ver Mary, Daly, Gyn/Ecology. The metaethics of radical feminism, Boston, Beacon Press, 1978, p. 8.. U observemos el paradigma léxico de los lenguajes patriarcales donde las palabras femeninas, o dirigidas a las mujeres, están siempre connotadas peyorativamente y asociadas a un doble sentido sexual (perra en lugar de perro). Estos grandes silencios se refieren a la ya descrita relación elemental con nuestras madres, y a tres más que se desprenden de este: el silenciamiento de nuestra historia y genealogías, el de las verdades de nuestro cuerpo sexuado como fuente significante y el de los lazos entre mujeres, colocando especial énfasis en el de la existencia lesbiana (la misma palabra lesbiana aún para muchas es casi impronunciable, o bien, pronunciable dentro de los códigos dominantes)2020) Ver Mercedes, Bengoechea, Op. Cit., 1993..
Adrienne Rich plantea, como salida, hablar una lengua común de las mujeres, basada en nuestra experiencia colectiva. Luisa Muraro y María-Milagros Rivera señalan la necesidad de hablar en lengua materna sin la mediación de los tecnicismos ni del sujeto falso universal del conocimiento con poder desde donde se yerguen las disciplinas, artes y ciencias. Hablar en lengua materna, entonces, se refiere a la relación directa entre la cosa y la palabra que la nombra, tal cual lo aprendimos en nuestra primerísima infancia. Lengua común y lengua materna son, en definitiva, la lengua (del mismo modo que la historia de las mujeres es, finalmente, la historia de la humanidad2121) Ver María-Milagros, Rivera Garretas, Op. Cit., 2005.). Por su parte, Patrizia Violi enfatiza la importancia de hablar en primera persona para que las mujeres imprimamos, en el discurso, una diferencia femenina autónoma y no complementaria de lo masculino.
Todas las pensadoras rescatan los espacios que consisten en tomar conciencia y tomar la palabra como práctica política, pues, en ellos, las mujeres podemos hablar a partir de nuestra experiencia (hago la necesaria salvedad de que hablar desde nuestra experiencia es opuesto a hablar desde la ideología, aun cuando esta sea feminista2222) Ver Librería de Mujeres de Milán, Op. Cit., 2004.); podemos crear simbólico de la madre y encontrarlo encarnado en nuestras vidas “aquí y ahora”; podemos descubrir a nuestras antepasadas y reconocer a nuestras contemporáneas. Así se cambia la lengua y el mundo, porque, como señala Rich, “en el simple hecho de volverse más consciente de su situación en el mundo, una mujer puede sentir más que nunca cómo entra en contacto con su inconsciente y su cuerpo2323) Ver Mercedes, Bengoechea, Op. Cit., 1993.”. Con las palabras de Violi, entra en contacto con las dimensiones profundas del sentido.
Más que “inventar” una nueva lengua, se trata de descubrir y recuperar la que nos pertenece2424) Ver María-Milagros, Rivera Garretas, Op. Cit., 2005, lo cual implica, entre otras acciones, renombrar aspectos de nuestras vidas, hallar expresiones perdidas en el ocaso y resignificar palabras tergiversadas, retornándoles su étimo (raíz). Para Adrienne Rich, será sacar a la luz los contenidos de los grandes silencios que ha mantenido el patriarcado para perpetuarse como civilización. Para Audre Lorde, poeta negra, lesbiana y feminista radical, será navegar en las aguas profundas, oscuras y vetustas de nosotras mismas para revelarnos en una poesía que no es un lujo, sino una necesidad de sobrevivencia2525) Ver Audre, Lorde, La hermana, la extranjera, Madrid, Horas y horas, 2003.. Pero esta sobrevivencia no es solo “seguir viviendo”. Es, como dice Mary Daly, “vivir más allá”, más allá del primer plano de los padres, que es superficial, violento y mentiroso; mortífero, cruel y depredador. Es atravesar todas sus capas para llegar al trasfondo de nuestros deseos genuinos.
Como podemos interpretar en estas pensadoras de nuestra genealogía, no todo es patriarcado2626) Que el patriarcado nunca ocupó la vida entera de una mujer, lo aprendí leyendo a María-Milagros Rivera Garretas., por eso, es tan importante encontrar las verdades de nuestros cuerpos, relaciones e historia. Pensar que todo es patriarcado es quedarnos en el primer plano superficial de los padres, analizando, pensando y haciendo política desde ahí. Y, como sabemos, gracias a Audre Lorde, “las herramientas del amo no desmontan nunca la casa del amo”, aunque vengan vestidas de feminismo2727) Ibid.
La radicalidad de estas reflexiones se manifiesta, porque todas viajan hacia la raíz: la raíz de la lengua, es decir, hacia la estructura profunda del significado; la raíz de las palabras para rescatarles su étimo; la raíz del patriarcado para desmontar los cimientos de su civilización y de las instituciones que la albergan; la raíz de nuestros cuerpos, o sea, hacia nuestra diferencia sexual como fuente significante, con su clítoris (que distingue el placer de la reproducción) y su capacidad de ser dos2828) Ver María-Milagros, Rivera Garretas, Op. Cit., 2005. (la ejerzamos o no); la raíz de nuestra historia y la de nuestro nacimiento (saber que nacemos del cuerpo de otra mujer). Es muy distinta esta práctica política a la teoría que considera que todo es construcción discursiva o que el lenguaje es un fin en sí mismo, y se apoya en performatividades de múltiples colores, que producen harto efecto especial, pero poca consistencia existencial.
Usar la E (o la X) es parte de ese juego y, por lo mismo, profundiza la ignorancia sobre la vida nuestra y sobre las autoras que, con significativos costos para ellas, trabajaron por hacernos el mundo más vivible.
Pero no hay que confundirse, porque reflexionar sobre la lengua sí nos convoca, sobre todo, en tiempos de E, de X, de @, o sea, en tiempos donde solo importan las formas. La E, en este momento, se destaca por sobre los otros morfemas de género. Pero como el resto, la E nos excluye, y menos mal, pues como dice Carla Lonzi2929) Ver Carla, Lonzi, Escupamos sobre Hegel, Buenos Aires, Editorial La Pléyade, 1978. , hemos estado, durante milenios, excluidas de la Historia de los hombres: ¡aprovechémonos de esto! Virginia Woolf exclama que no quiere estar ni en los estantes polvorientos de las bibliotecas ni tampoco dentro de las puertas cerradas de las iglesias3030) Ver Virginia, Woolf, Un cuarto propio, Madrid, Sabina, 2018. Traducido en femenino por María-Milagros Rivera Garretas.. Muchas no queremos ser incluidas, queremos ser libres de los estereotipos femeninos, codificados por el régimen patriarcal y reproducidos por sus instituciones rígidas (amor romántico, matrimonio, papeles consagrados de la familia…) Queremos sacar, de nuestra exclusión, la potencia política y transformadora que necesitamos para descubrir nuestro simbólico y su lengua materna, hilados por todas aquellas que han creado este sentido libre de ser mujeres. Por último, parte de nuestro orgullo descansa en no sentirnos responsables del desastre de la cultura patriarcal, cuya decadencia también se debe al lenguaje que la representa, el androcéntrico.
La discusión, en las instancias de poder postpatriarcal, en torno a los géneros gramaticales, se sostiene en la ignorancia acerca de la historia de las mujeres, del pensamiento libre de las mujeres (una ignorancia que necesitan mantener sin duda), entonces, las universidades y las instituciones alardean que un manual de lenguaje inclusivo es una salida muy progresista, pero ¿no es acaso la sofisticación del mismo fundamento patriarcal de siempre, del mismo modus operandi que absorbe la diferencia sexual y reinstala el régimen del uno3131) Ver María-Milagros, Rivera Garretas, Op. Cit., 1994.? Si el pensamiento libre de las mujeres se estudiara, se leyera, se conociera su genealogía, hombres y mujeres podrían, al menos, identificar los disfraces que toma el régimen del uno. Como he dicho, el uso del morfema E, en un acto de renovado androcentrismo, intenta aglutinarnos dentro de una supuesta neutralidad que no existe, porque no existe en la vida, ya que no existe en el cuerpo y, por lo tanto, no existe en las palabras. Es la manera, alambicada y absurda, en que el poder, patriarcal y agónico, intenta disfrazar la representación lingüística de su sujeto masculino, pretendidamente universal, aspiracionalmente neutro. Como dice María-Milagros Rivera Garretas, la lengua materna no miente3232) Ver María-Milagros, Rivera Garretas, Op. Cit., 2005.; todos los neutros terminan develando, tras de sí, a un masculino agazapado y cobarde, con su límite negativo en femenino.
Abandonar el uso del género gramatical, pretendidamente universal y neutro, e inscribir el significado libre de nuestra diferencia sexual femenina en la lengua, debe ocurrir de forma auténtica en nosotras. Solo así se expresará naturalmente en la superficie de la lengua, removiendo la recursividad infinita de su sistema. La lengua es un órgano vivo, en tanto pertenece a quien la habla, y quien la habla, mujer u hombre, está ligada(o) a su cuerpo sexuado. No ocurren sus transformaciones por decreto de ley3333) Ver Luisa, Muraro, Op. Cit., 1994. ni por arbitrariedad ideológica o porque debamos ser políticamente correctas(os), porque eso que parece transformación solo está afectando el plano normativo del lenguaje. Las palabras sacan a la luz del sol nuestras necesidades, deseos, emociones encarnadas(os) a nuestra diferencia sexual, que es contraria a la identidad3434)Ver María-Milagros, Rivera Garretas, Op. Cit., 2005..
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