Hipatia de Alejandría: el legado de la última científica de la antigüedad que nadie pudo quemar.
Por Yamania Olivé
La desaparición del ágora como esfera donde se exponen y dialogan los conflictos sociales, buscando la intermediación entre la vida pública y privada para la convivencia y la paz de los individuos, es un claro augurio de retroceso. La cerradura echada (tanto física como subjetivamente) a los espacios para la comprensión y solución de conflictos comunes, abre una zanja peligrosa por donde se cuelan la fuerza de la violencia y la intolerancia, ambas como respuesta a tensiones colectivas.
Sin el ágora como espacio crítico “ni la polis ni sus miembros podían conseguir, y menos conservar, la libertad de decidir el significado del bien común y de lo que debía hacerse para lograrlo”, dice uno de los pensadores más relevantes de nuestro siglo, Zygmunt Bauman, en su obra En busca de la política. El ágora no solo posibilita el consenso, sino que es un terreno de juego privilegiado y de influencia que está en disputa constante. Sorprendería decir que a mediados del siglo IV una mujer fue protagonista de este espacio e iluminó a intelectuales ávidos de conocimiento y cultura, provenientes de geografías diversas, de religiones y razas múltiples.

Alejandría (331) fue concebida como la primera urbe del mundo civilizado, la cuna del conocimiento helenístico brillaba junto al delta del Nilo, siendo la arteria cosmopolita más importante del Mediterráneo. El Sarapeo de Alejandría albergaba el espacio de culto a los dioses y a las musas, también fue el emplazamiento donde Alejandro Magno fundó la primera biblioteca universal. Este recinto del saber era visita obligada de filósofos, médicos, científicos, políticos, historiadores y poetas.
Tras la muerte de Cleopatra comenzó el mal tiempo para Alejandría, así como la decadencia de la Biblioteca y el Museo, que fueron incendiados y saqueados en el 391 por orden del patriarca cristiano Teófilo, ansioso por borrar todo rastro de la religión pagana. La destrucción se llevó consigo el 80% del conocimiento científico y los documentos de cultura greco-helenística, y otras joyas invaluables (recopiladas en innumerables campañas, botines de guerra y viajes temerarios).

Dicha catástrofe cultural fue signo de la ferocidad de las contiendas y venganzas entre grupos religiosos (paganos y cristianos), pero también de la barbarie contra el conocimiento y la razón, el contexto lúgubre que abrió paso a la excesiva violencia, escenificada en uno de los más brutales feminicidios del Mundo Antiguo: el asesinato de la primera científica (considerada así) de la historia antigua: Hipatia de Alejandría.
Hipatia (370 aprox-415 D.C.) significa en griego “la más grande”, la conocemos como la primera matemática de la historia, y probablemente también una de las primeras maestras de filosofía neoplatónica y aristotélica, de astronomía, mecánica y retórica. Su padre, el sabio Teón, le educó con ideales de perfección, en el amor a la filosofía y las ciencias. Teón fue el último guardián miembro de la Biblioteca de Alejandría. En este santuario del saber creció la niña Hipatia como una excepción a la regla, pues en el Egipto de aquella época, la educación era un privilegio para muy pocos hombres de clase social alta. Los estudiosos afirman que Hipatia superó en conocimientos a su padre siendo aún muy joven. Hay quienes afirman que existen escritos atribuidos a Teón que fueron en verdad obras de su hija. A sus conferencias asistían estudiosos entusiastas de todo el mundo (paganos, cristianos y judíos).
De las pocas citas que se le atribuyen directamente encontramos una defensa al pensamiento: Conserva celosamente tu derecho a reflexionar, porque incluso el hecho de pensar erróneamente es mejor que no pensar en absoluto.
Hipatia tuvo la oportunidad de viajar y adquirir conocimientos en Atenas y Roma, centros neurálgicos del imperio y la cultura. Vivió empeñada en resolver misterios del universo como el enigma de los planetas errantes, aunque que al parecer no se conserva nada de su obra, quedaron los comentarios de filósofos, historiadores y poetas que permiten conocer sus aportes a la ciencia, como el diseño de un astrolabio plano para medir la posición de los planetas, las estrellas, el sol, el diseño del hidrómetro y destilador de agua, así como sus Comentarios a la Aritmética de Diofanto de Alejandría, los Comentarios sobre Almagesto (el canon astronómico de Ptolomeo), etc.
Hesiquio el Hebreo la recuerda: “vestida con el manto de los filósofos, abriéndose paso en medio de la ciudad, explicaba públicamente los escritos de Platón, o de Aristóteles, o de cualquier filósofo, a todos los que quisieran escuchar [...] Los magistrados solían consultarla en primer lugar para su administración de los asuntos de la ciudad.”
Seguidora de la filosofía neoplatónica y pitagórica, creyente de un orden integrador numérico, Hipatia se destacó por su talante idealista y prudente, no asistía a los rituales populares paganos a los que consideró tan solo un “bello adorno de la tradición espiritual griega”, mucho menos fue afín al cristianismo. Al mantener esta independencia intelectual las autoridades cristianas la dejaron tranquila por un tiempo, explica María Dzielska11) María Dzielska, biógrafa autora del título; Hipatia de Alejandría, Ed. Siruela, 160 Páginas, 5ª Edición 2009..
Lo que sabemos de ella sugiere a una mujer con fuerza ética, multicultural, anti sectaria, de juico severo, perfeccionista, de carácter sólido: “…como profesora de filosofía y maestra de ética, transforma el concepto de feminidad. Su misión moral, que encuentra la plenitud en actividades privadas, así como en espectaculares gestos públicos…”, escribe Dzielska.
No es difícil imaginar que fuese también una mujer fácil de envidiar, no pocos le deseaban la hoguera y la consideraban un emisario de las tinieblas, mientras los más justos la admiraban y respetaban como oráculo de luz. Sin hacer alarde de la vanidad ni de su excepcional belleza, Hipatia se negó a entregarse a una vida servil bajo el matrimonio (aunque no significa que practicara el celibato). La sabiduría era su mejor amante, deseaba ser libre para pensar por sí misma y fue así que dedicó su vida a trabajar en la comprensión de la ciencia de su tiempo y transmitir sus conocimientos.
La mayoría de las referencias sobre su vida, influencia política y social se encuentran en comentarios de discípulos o gente ejemplar de su círculo intelectual como es el caso de Silesio de Cirene, o del historiador Sócrates el Escolástico (quien presenció su ejecución).
El filósofo Damascio nos legó la imperdible anécdota de aquel estudiante enamorado, quien era incapaz de ceder en sus intentos de seducirla. Según él, un día Hipatia le obsequió un paño manchado de sangre de su menstruación, buscando que el joven volviese a la sensatez y sintiera asco de la podredumbre de los cuerpos, y que no idealizara su deseo banal. “Esto es lo que tú amas joven, y no es bello”, sentenció, logrando finalmente que su estudiante comprendiera la lección.
Hipatia defendió la tolerancia y gracias a su postura razonable y moderada obtuvo el reconocimiento de paganos y personajes influyentes de Alejandría, como la del prefecto Orestes, quien también era su amigo. No obstante, en una época alebrestada por las tensiones de un cristianismo que se propagaba con velocidad e ira (dirigido por el patriarca Cirilo) contra las viejas tradiciones y cultura convivientes (judíos y paganos), defender la moderación y la racionalidad fue una muestra temeraria y de extrema valentía.
Hipatia fue avisada de que debía convertirse al cristianismo si quería asegurar su integridad, pero a diferencia de su amigo Orestes, ella fue incapaz de traicionar sus principios.
El atípico interés de Hipatia por las ciencias y lo oculto provocó rumores sobre actos rituales y brujería de los que se valieron los extremistas que buscaban la claudicación de Orestes, señalado bajo sospecha de ser un cripto pagano y mal cristiano, que para colmo de males se dejaba seducir por las ideas de una hereje.
Eran los últimos años del impero romano y el Patriarca Cirilo perseguía el paganismo incansablemente, había expulsado a millares de judíos animando a los grupos fanáticos y acelerando el paso de un cristianismo que acabó con obras únicas de la cultura y con la grandeza de una ciudad convulsa, cuya imagen de decadencia podría bien ser el asesinato de su gran maestra.
En marzo del 415 un grupo de monjes parabolanos sacaron a Hipatia de su carruaje y la arrastraron hasta la iglesia de Cesario (antes templo de los dioses paganos), la desnudaron y golpearon con cascotes de cerámica y le arrancaron los ojos y la lengua. Luego sacaron su cuerpo de la ciudad, lo desmembraron y lo arrojaron al fuego “intentando aniquilar todo lo que representaba Hipatia como mujer, como pagana y como maestra […] El linchamiento de Hipatia marcó el hundimiento de una esperanza”, dice Irene Vallejo22) Irene Vallejo Moreu (Zaragoza, 1979) es una filóloga y escritora española..
María Dzieslka nos dice que “es asesinada por un tropel de fanáticos salvajes y despiadados […] y el crimen nunca se castiga, al parecer porque la superstición [el cristianismo] quizá expía de mejor grado la sangre de una virgen que el destierro de un santo”.
Aquel brutal asesinato se llevó la esperanza de reunir el conocimiento universal y seguir sembrando ideas de libertad y racionalidad de la mano de una mujer brillante y noble que había nacido, como los astros, para guiar a los errantes. Su trágica muerte soterró la posibilidad de guiar una época hacia un lugar más justo y empático: el hemisferio femenino, ese que aún no sale a flote para escribir una nueva historia de la humanidad, sin tantas conflagraciones.

La ejemplaridad de Hipatia parece ya imposible de borrar, irónicamente la barbarie cometida en su contra la convirtió en una mártir del saber. Hoy su historia es el cierzo que mueve los molinos y alimenta la ideología de nuestra lucha por el reconocimiento del feminismo como la única revolución y transformación social viable del siglo XXI.
Varias fuentes afirman que Hipatia fue asesinada a los 45 años pero hay un margen importante de desacuerdos respecto a la fecha de su nacimiento que sugiere que su muerte debió suceder cuando rondaba los 60 años.
Fuentes:
--Vallejo Irene, El infinito en un junco, Siruela, Madrid, 2019.
--Dzielska, María, Hipatia de Alejandría, Siruela, Madrid, 2004.
--Alic, Margaret, El legado de Hipatia. Historia de las mujeres de la ciencia desde la Antigüedad hasta fines del siglo XIX.
--https://academiaplay.es/alejandria-biblioteca
Notas:
[1]) María Dzielska, biógrafa autora del título; Hipatia de Alejandría, Ed. Siruela, 160 Páginas, 5ª Edición 2009.
[2] ) Irene Vallejo Moreu (Zaragoza, 1979) es una filóloga y escritora española.
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