Una política de la posición (1984), Adrienne Rich

XV. APUNTES PARA UNA POLÍTICA DE LA POSICIÓN (1984)

Adrienne Rich

Traducción de María Soledad Sánchez Gómez.

--1a Parte fragmentada, el original completo puede ser leído por completo al final de ésta entrada (Abajo) Paginas 205 a la 216.

Portada del libro Sangre, pan y poesía
Portada del libro Sangre, pan y poesía, versión en español de Adrienne Rich

Charla dada en la Primera Escuela de Verano de Semiótica Crítica, para la Conferencia sobre Mujeres, Identidad Feminista y Sociedad en los Años Ochenta, en Utrech, Holanda, el 1 de junio de 1984. Diferentes versiones de esta charla se dieron en la Universidad de Cornell, para el Seminario de Investigación de Estudios de la Mujer, y en la Conferencia Burgess, en el Pacific Oaks College de Pasadena, California.

Voy a pronunciar estas palabras en Europa, pero las he estado buscando en los Estados Unidos de América. Hace algunos años habría hablado de la opresión que comparten las mujeres, del movimiento que reúne a las mujeres por todo el globo, de la historia oculta de la resistencia y unión de las mujeres, del fracaso de todas las políticas anteriores a la hora de reconocer la sombra universal del patriarcado, de la creencia de que ahora, en un momento de concienciación y en el que se emerge de manera global, las mujeres pueden unirse cruzando todas las diferencias nacionales y culturales para crear una sociedad no sometida, en la que “la sexualidad, la política...el trabajo... la intimidad... el pensamiento mismo se transformará”.[1]

Yo habría pronunciado estas palabras como feminista que, “casualmente”, resulto ser una ciudadana blanca de Estados Unidos, consciente de la probada capacidad de mi gobierno para detentar un poder violento y arrogante, pero también como persona distante de dicho gobierno, y habría citado sin segunda intención la aseveración de Virginia Woolf en Three Guineas'. “Como mujer no tengo país. Como mujer no quiero país. Como mujer mi país es el mundo entero”.

Esto no es lo que vengo a decir aquí en 1984. Vengo aquí con apuntes, pero sin conclusiones absolutas. Esto no es un signo de pérdida de fe o esperanza. Estas notas son signos de la lucha por seguir avanzando, de lucha por ejercer la responsabilidad.

[...]

Podías ver tu propia casa como una mota diminuta en un paisaje que se iba haciendo cada vez más grande, o como el centro de todo, desde el cual los círculos se expandían hacia el desconocido infinito.

Es esa cuestión de sentirse en el centro la que me corroe ahora. ¿En el centro de qué?

Como mujer, tengo país; como mujer, no puedo privarme de ese país al condenar su gobierno simplemente, o al decir tres veces “Como mujer mi país es el mundo entero”. Dejando a un lado las lealtades tribales, y aunque los Estados nacionales sean ahora simplemente pretextos utilizados por los conglomerados multinacionales para servir a sus intereses, --necesito entender la manera en que un lugar en el mapa es también un lugar en la historia dentro del cual, como mujer, como judía, como lesbiana, como feminista, he sido creada e intento crear.

Empiezo, sin embargo, no por un continente, un país o una casa, sino por la geografía más cercana: el cuerpo. Aquí, al menos, sé que existo, que soy esa individua humana viviente al que el joven Marx denomino “la primera premisa de toda la historia humana”.[2] Pero no he acudido a este lugar como marxista, de vuelta de la filosofía, la literatura, la ciencia y la teología en las que me había estado buscando a mí misma en vano. He venido como feminista radical.

La política del embarazo y la maternidad. La política del orgasmo. La política de la violación y del incesto, del aborto, del control de la natalidad, de la esterilización impuesta. De la prostitución y del sexo conyugal. De lo que se ha denominado liberación sexual. De la hetero-sexualidad obligatoria. De la existencia lesbiana.

Y las feministas marxistas han sido, con frecuencia, pioneras en este campo. Pero muchas mujeres que conocí entendieron la necesidad de empezar por el cuerpo femenino —el nuestro— no como la aplicación de un principio marxista a las mujeres, sino como la localización del terreno desde el cual hablar con autoridad, como mujeres. No para trascender este cuerpo, sino para reclamarlo. Para volver a conectar nuestro pensamiento y nuestro lenguaje con el cuerpo de esta individua humana viviente concreta, una mujer. Para empezar, dijimos, por lo material, por la materia, mma, madre, mutter, moeder, modder, etc.

Empezar por lo material. Recoger de nuevo la larga lucha contra la abstracción arrogante y privilegiada. Quizás sea éste el núcleo del proceso revolucionario, se llame marxista, del Tercer Mundo, feminista, o de las tres formas a la vez. Mucho antes del siglo XIX, estaban las empíricas brujas de la Edad Media europea, que confiaban en su sentido común, que practicaban sus probados remedios contra los anti-materiales, anti-sensuales, anti-empíricos, dogmas de la iglesia, que morían por ello a millones. “¿Una rebelión campesina guiada por mujeres?” —en cualquier caso, una rebelión contra la idolatría a las ideas puras, la creencia de que las ideas tienen vida propia y flotan por encima de las cabezas de la gente normal— las mujeres, la gente pobre, la no iniciada[3].

Abstracciones separadas de los actos de gente viva, que son devueltas a gente en forma de eslóganes. La teoría —la observación de modelos, el mostrar tanto el bosque como los árboles— puede ser como el rocío que se levanta de la tierra, se recoge en la nube y vuelve a la tierra una y otra vez. Pero si no tiene olor a tierra, no es bueno para ella.

Escribí una frase justo en este momento y la borré. En ella decía que las mujeres han comprendido siempre la lucha contra la abstracción que flota libremente, incluso a pesar de sentirse intimidadas por las ideas abstractas. No quiero escribir ese tipo de frase ahora, la frase que empieza por “Las mujeres siempre han...” Nosotras empezamos a rechazar las frases que empezaban: “Las mujeres siempre han tenido instinto maternal” o “Las mujeres han estado, siempre y en todas partes, sometidas a los hombres”. Si hemos aprendido algo en estos años de feminismo de fines del siglo XX, es que ese “siempre” borra lo que realmente necesitamos saber: ¿Cuándo, dónde y en qué condiciones ha sido verdad esta afirmación?

La necesidad absoluta de plantear estas cuestiones en el mundo: ¿Dónde, cuándo y en qué condiciones las mujeres han actuado como tales y se ha actuado sobre ellas por serlo? Dondequiera que la gente luche contra el sometimiento, debe hablarse de ahora en adelante del sometimiento específico de las mujeres, por nuestra ubicación en un cuerpo femenino. Existe la necesidad de seguir hablando de ello, negándonos a permitir que esta discusión siga como antes; donde se ha aconsejado y se ha impuesto el silencio, debemos seguir hablando, no sólo de nuestro sometimiento sino de nuestra practica y activa presencia como mujeres. Creíamos (yo lo continúo creyendo) que la liberación de la mujer es una cuña que se clava en otras ideologías radicales, que puede abrir las estructuras de la resistencia, desatar la imaginación, conectar lo que ha estado peligrosamente desconectado. Prestemos ahora atención a las mujeres, dijimos: dejemos que hombres y mujeres presten atención consciente cuando las mujeres hablan; insistamos en los distintos procesos que permiten que más mujeres tomen la palabra; volvamos a la tierra, no como un paradigma para “las mujeres”, sino como un lugar de toma de posición.

Quizás necesitemos un tiempo para decir “el cuerpo”. Porque es posible abstraer “el” cuerpo. Cuando escribo “el cuerpo”, no veo nada en concreto. Escribir “mi cuerpo” me lanza a la experiencia vivida, a las particularidades: veo cicatrices, alteraciones, decoloraciones, daños, perdidas, y también cosas que me gustan. Huesos bien nutridos desde la placenta, los dientes de una persona de clase media que el dentista ha visto dos veces al año desde la infancia. Piel blanca, con marcas y cicatrices de tres embarazos, de una esterilización elegida, de la artritis progresiva, cuatro operaciones en las articulaciones, depósitos de calcio, ninguna violación, ningún aborto, muchas horas de máquina de escribir —la mía, no como mecanógrafa contratada— etcétera. Decir “el cuerpo” me lleva lejos de aquello que me ha proporcionado una perspectiva básica. Decir “mi cuerpo” reduce la tentación de hacer afirmaciones grandilocuentes.

Este cuerpo. Blanco, femenino; o bien, femenino, blanco. Primeros hechos obvios, perdurables. Pero nací en la sección para blancos de un hospital que separaba a las mujeres Negras de las blancas durante el parto, y a las criaturas Negras de las blancas en el nido, exactamente de la misma forma en que separaba los cuerpos Negros de los blancos en la morgue. Se me definió como blanca antes de definírseme como mujer.

Portada del Libro Blood Bread and Poetry
Portada del Libro Blood Bread and Poetry, versión en inglés original. Porsa selecta 1979-1985.

La política de la posición. Incluso para empezar por mi cuerpo tengo que decir que desde el principio ese cuerpo tuvo más de una identidad. Cuando me sacaron del hospital para llevarme al mundo, se me miró y se me trató como mujer, pero también se me miró y se me trató como blanca, tanto por parte de la gente Negra como de la blanca. Se me ubicó por el color y el sexo, como seguramente se ubicaba a una criatura Negra por su color y su sexo, aunque lo que la identidad blanca implicaba era engañoso por la suposición de que la gente blanca está en el centro del universo.

Posicionarme en mi cuerpo significa algo más que comprender lo que ha significado para mí tener vulva y clítoris y útero y pechos. Significa reconocer esta piel blanca, los lugares a los que me ha llevado, los lugares a los que no me ha dejado ir.

El cuerpo en el que nací no era sólo femenino y blanco, sino judío —suficiente para que la posición geográfica jugara una parte determinante en aquellos años. Yo era un Mischling de cuatro años de edad cuando comenzó el Tercer Reich. Si en lugar de Baltimore, hubiera estado en Praga, Lódz o Amsterdam, la escritora de cartas de diez años podría no haber tenido domicilio. Si yo hubiera sobrevivido a Praga, Amsterdam o Lódz y a las estaciones de ferrocarril para las que estas ciudades fueron puntos de deportación, yo sería alguien distinto. Mi centro, quizás, el Oriente Medio o Latinoamérica, mi propio idioma, otro idioma. O podría no estar en ningún cuerpo.

Pero soy una judía norteamericana, que nació y se crio a cinco mil quinientos kilómetros de distancia de la guerra en Europa.

Hay que intentar, como mujeres, mirar desde el centro. “Una política”, escribí una vez, “de formular preguntas de mujeres”[4]. No somos “la cuestión femenina” sobre la que se preguntan otras personas; somos las mujeres las que hacemos las preguntas.

Hay que probar a ver tantas cosas, conscientes de lo mucho que hay que ver, sacar a la luz, transformar. Echar abajo una y otra vez el falso masculino universal. Apilar, una junto a otra, las piezas de la experiencia concreta, comparando, empezando a diferenciar los modelos. Ira, frustración con el desprecio marxista o de la Izquierda hacia estas cuestiones, esta lucha. Es fácil decir ahora que esta desilusión es superficial, pero la ira era profunda y la frustración, real, tanto respecto a las relaciones personales como a las organizaciones políticas. En 1975, escribí: Mucho de lo que estrechamente se denomina como “política” parece descansar sobre la certeza ancestral de un análisis que, una vez dado, no necesita ser reexaminado, aun a costa de la honestidad. Tal es el callejón sin salida del marxismo para las mujeres en nuestro tiempo[5].

Y ha sido un callejón sin salida cada vez que la política se ha sacado, se ha aislado de las vidas en progreso de las mujeres o los hombres, se ha enrarecido convirtiéndose en la jerga de una elite, un enclave, o cada vez que se ha definido por pequeñas sectas que se han alimentado mutuamente de errores.

Pero, aunque hicimos caso omiso de Marx y de los marxistas teóricos y la Izquierda sectaria, algunas de nosotras, nombrándonos feministas radicales, al decir liberación de la mujer, nunca nos conformamos con menos de la creación de una sociedad sin dominación; nunca nos conformamos con menos de la creación de relaciones nuevas. El problema era que no sabíamos a quién nos referíamos cuando decíamos “nosotras”.

El poder que los hombres ejercen en todas partes sobre las mujeres, poder que se ha convertido en modelo para cualquier otra forma de explotación y control ilegitimo[6]. Escribí estas palabras en 1978, en la parte final de un ensayo titulado “Heterosexualidad obligatoria y existencia lesbiana”. La idea del patriarcado como “modelo” para otras formas de dominación no era originalmente mía; había sido planteada insistentemente por feministas blancas occidentales, y ya en 1972 yo había citado a Lévi-Strauss: Iría tan lejos de decir que aun antes de la existencia de la esclavitud o la dominación de clases, los hombres consolidaron una forma de acceso a las mujeres que un día serviría para introducir las diferencias entre todos nosotros[7].

Después de haber vivido cincuenta y tantos años y de haber visto incluso el despliegue de pequeños pedazos de historia, soy menos rápida de lo que fui en buscar “razones” únicas u orígenes a las relaciones entre los seres humanos. Pero supongan que pudiéramos rastrear el pasado y mantener el hecho de que el patriarcado ha sido el modelo en todas partes. ¿A qué tipo de acción nos conduce esto en el momento actual? El patriarcado no existe en ningún sitio en estado puro y nosotras somos las últimas que han puesto el pie en la maraña de opresiones que han crecido unas en torno a otras durante siglos. Este no es el viejo juego de niños en el que se saca de un entramado un hilo de un color y se va siguiendo para encontrar un premio, ignorando los demás como si fueran meras distracciones. El premio es la propia vida, y la mayoría de las mujeres del mundo deben luchar por su vida en más de un frente a la vez.

Nosotras... con frecuencia consideramos difícil separar la opresión por causa de la raza de la de clase o de la sexual, porque en nuestras vidas las experimentamos de forma simultánea la mayor parte de las veces. Sabemos que existe algo que es la opresión racial-sexual, que no es ni únicamente racial ni únicamente sexual... Necesitamos articular la auténtica situación de clase de las personas que no son simplemente gente trabajadora en la que no importa la raza o el sexo, sino para las que la opresión racial y la sexual son factores significativos y determinantes en sus vidas laborales/económicas.

Esto es parte del manifiesto de 1977 del Colectivo Combahee River, un documento fundamental para el movimiento de las mujeres en Estados Unidos que nombra de manera clara e inflexible, desde el punto de vista, de las feministas Negras, la experiencia de la simultaneidad de las opresiones[8].

Incluso en la lucha contra la abstracción que flora libremente, hemos utilizado la abstracción. Los marxistas y las feministas radicales lo hemos hecho. ¿Por qué no admitirlo y decirlo, para poder volver al trabajo que queda por hacer, para bajar de nuevo a la tierra? El proletariado sin rostro, sin sexo, sin raza; la categoría “todas las mujeres”, sin rostro, sin raza, sin clase. Ambas cosas han sido creadas por la convicción que tiene la gente blanca occidental de ser el centro.

Aceptar la naturaleza limitadora de (nuestro) ser blancas[9]. Aunque hemos estado marginadas por ser mujeres, como autoras de teoría, blancas y occidentales, también hemos marginado a otras, porque la experiencia que hemos vivido es, sin pensar en ello, blanca; porque nuestras “culturas de mujeres” se asientan en la tradición occidental. Reconocer nuestra posición, tener que nombrar nuestro territorio de procedencia, las condiciones que hemos dado por sentadas: hay confusión entre nuestro reivindicar una mirada blanca y occidental, y nuestro reivindicar una mirada de mujer[10], y miedo a perder nuestra centralidad cuando reclamamos al otro.

¿Cómo define el feminismo blanco occidental la teoría? ¿Es algo que hacen sólo las mujeres blancas y sólo las mujeres reconocidas como escritoras? ¿Cómo trabajamos activamente para construir una conciencia feminista occidental que no esté simplemente centrada en sí misma, que resista la limitación de lo blanco?

Fue en los escritos y en las acciones, discursos y sermones de las ciudadanas y ciudadanos Negros de Estados Unidos donde empecé a experimentar lo que significaba el hecho de que yo fuera blanca como punto de partida de una toma de posición de la cual necesitaba sentirme responsable. Fue al leer los poemas de mujeres cubanas contemporáneas cuando empecé a experimentar el significado de Norteamérica como lugar que había modelado también mi forma de ver las cosas y mis ideas de quién y qué era importante, una posición de la que yo también era responsable. Viajé por entonces a Nicaragua donde, bajo las colinas de la frontera entre Nicaragua y Honduras, en un país diminuto y empobrecido, en una sociedad de cuatro años de edad, dedicada a erradicar la pobreza, pude sentir físicamente el peso de los Estados Unidos de Norteamérica detrás de mí: su fuerza militar, su inmensa apropiación de dinero, sus medios de comunicación. Pude sentir lo que significa, como disidente o no, ser parte de esa bota que se alza poderosa, la fría sombra que proyectamos por todas partes en el sur.

Vengo de un país atascado durante cuarenta años en una historia congelada. Hoy día, cualquier ciudadana o ciudadano vivo de Estados Unidos está saturado de la retórica de la Guerra Fría, de los horrores del comunismo, de las traiciones del socialismo, de las advertencias de que cualquier reestructuración colectiva de la sociedad lleva al fin de las libertades personales. Y, por supuesto, ha habido horrores y traiciones que merecen una franca oposición, pero no se nos ha invitado a considerar las carnicerías del estalinismo o el terror de la contrarrevolución rusa de la misma forma que las carnicerías de la supremacía blanca y del “Destino Evidente”[11]. No se nos ha conminado a ayudar a crear aquí una sociedad más humana como respuesta a las que se nos ha enseñado a odiar y a temer. El discurso mismo se congela al llegar a este nivel. Esta noche al apretar el botón buscando “las noticias”, esa mascara brillante y animada de silicona estaba en la televisión de nuevo, diciendo a los ciudadanos y ciudadanas de mi país que el comunismo de El Salvador nos amenaza, que el comunismo —de la variedad soviética, obviamente— maniobra en América Central, que la libertad está en peligro, que se debe detener a esos sufridos campesinos latinoamericanos, exactamente igual que Hitler tuvo que ser detenido.

En realidad, el discurso no ha cambiado nunca; es agotadoramente abstracto. (Lillian Smith, una activista y escritora blanca antirracista, habló de la “mortal monotonía” de la abstracción)[12]. No permite las diferencias entre lugares, épocas, culturas, condiciones o movimientos.

Palabras que deberían poseer profundidad y pluralidad de alusiones —palabras como socialismo, comunismo, democracia, colectivismo— son despojadas de sus raíces históricas; las múltiples facetas de las luchas por la justicia social y la independencia se ven reducidas a la ambición de dominar el mundo.

[...]

Y, aunque algunos sectores del movimiento feminista norteamericano surgieran de hecho de los movimientos Negros de los años sesenta y de estudiantes de izquierdas, las feministas han sufrido no sólo el enterramiento y la distorsión de la experiencia femenina, sino el enterramiento general y la distorsión que afectaron a los grandes movimientos para el cambio social[13].

La primera astronauta norteamericana es entrevistada por la editora liberal-feminista de una revista de mujeres de gran tirada. Es una criatura espléndida, saludable, joven, con cabello oscuro y espeso, con titulaciones científicas obtenidas en universidades de elite, con una confianza atlética en sí misma. Además, es blanca. Habla del futuro espacial, del uso potencial de colonias espaciales por parte de la industria privada para producir, especialmente, materiales que puedan ser procesados ventajosamente en condiciones de ingravidez. Productos farmacéuticos, por ejemplo. Por extensión, una piensa en productos químicos. Ninguna de esas dos enérgicas mujeres habla de las alianzas entre los militares y el sector “privado” de la economía norteamericana. Ni tampoco del Depo-Provera, del Valium, del Librium, del Napalm o las Dioxinas. Cuando las grandes compañías decidan que les conviene invertir gran parte de su dinero en la producción de materiales en el espacio... conseguiremos realmente los fondos que necesitamos, dice la astronauta. No se hace mención alguna a quiénes somos “nosotros” o a para qué necesitamos “nosotros” esos fondos; no se cuestiona el envenenamiento y el empobrecimiento de las mujeres aquí, en la tierra, o de la tierra misma. También las mujeres pueden olvidarse de la tierra[14].

La astronauta es joven, siente su propio poder, trabaja mucho por algo que le resulta excitante. Ha girado alrededor de la tierra y ha vuelto, y una vez más ha pasado todos los exámenes médicos. No es que yo espere que vuelva a la tierra como Casandra, pero su experiencia no tiene nada que ver hasta ahora con la liberación de la mujer. Un proletariado femenino —inculto, mal nutrido, desorganizado, y en su mayor parte del Tercer Mundo— creará los beneficios que estimularán a “las grandes compañías” a invertir en el espacio.

En una pantalla doble en mi cerebro veo dos versiones de su historia: a través de la corriente de ingravidez mira hacia atrás, fijamente, el familiar globo terráqueo, azul pálido, verde y blanco, su severa y sobria presencia, con la auténtica intuición de lo que es la relatividad latiéndole en el corazón; y un movimiento, rápidamente calculado, hacia una zona residencial más lejana; los tecnócratas y las mujeres que han sido seleccionados y probados se han olvidado del familiar globo: los nos tóxicos, los pozos cancerosos, los valles cortados, los hospitales de las ciudades cerrados para siempre, las escuelas destrozadas, el desierto atómico floreciendo, las raíces de los lilos creciendo salvajemente, los jacintos de color azul oscuro extendiéndose, los ailantos (especie de árbol chino) y las puerarias (tabaco africano) haciendo un último esfuerzo a la desesperada —la belleza que no se irá, que no puede ser robada.

Un movimiento por el cambio vive en los sentimientos, las acciones y las palabras. Cualquier cosa que limite o mutile nuestros sentimientos dificulta más nuestra actuación, hace que nuestros actos sean reactivos, repetitivos: el pensamiento abstracto, las estrechas lealtades tribales, cualquier tipo de superioridad, la arrogancia de creernos en el centro. Es difícil mirar retrospectivamente a los límites de mi comprensión de hace un año, de hace cinco años: ¿cómo miraba sin ver? ¿cómo oía sin escuchar? Tener generosidad con nuestras personalidades anteriores puede ser difícil, y mantener la fe en la continuidad de nuestros recorridos es algo especialmente duro en Estados Unidos donde se han mudado las identidades y las lealtades y se han reemplazado por otras sin un temblor; todo ello en nombre de un llegar a ser “norteamericano”. Sin embargo ¿cómo, si no es a través de cada cual, descubrimos lo que impulsa a otras personas hacia el cambio? Nuestros viejos miedos y negaciones, ¿qué nos ayuda a distanciarnos de ellos? ¿Qué hace que nos decidamos a reeducarnos, incluso a quienes tenemos una “buena” educación? Una vida política debería agudizar los sentidos y la memoria.

Adrienne Rich 2009
Fotografía de Adrienne Rich en 2009, extraida del sitio adriennerich.net/biography/

Notas:

[1] Adrienne Rich, Of Woman Born: Motherhood as Experience and Institution (Nueva York: W. W. Norton, 1976), p. 286 (Existe una traducción al español: Nacemos de mujer: La maternidad como experiencia e institución, trad. Ana Becciu [Madrid: Ediciones Cátedra, 1996], p. 403).

[2] Karl Marx y Frederick Engels, The German Ideology, ed. C. J. Arthur (Nueva York: International Publishers, 1970), p. 42.
[3] 3.      Barbara Ehrenreich y Deirdre English, Witches, Midwives and Nurses: A History of Women Healers (Old Westbury, N.Y.: Feminist Press, 1973).
[4] Adrienne Rich, On Lies, Secrets, andSilence: Selected Prose 1966-1978 (Nueva York: W. W. Norton, 1979), p. 17 (Existe una traducción al español: “Pró1ogo: Sobre historia, analfabetismo, pasividad, violencia y la cultura de las mujeres", en Sobre mentiras, secretos y silencios, trad. Margarita Dalton [Barcelona, Icaria, 1983], p 27).
[5] Ibid, p. 193 (Vease Sobre mentiras, secretos y silencios, p. 230).
[A.R., 1986: Para una crítica fuerte del callejón sin salida que representa el marxismo, y para una llamada a la “revolución permanente”, vease Raya Dunayevskaya, Women's Liberation and the Dialectics of Revolution (Adamic Highlands, N.J.: Humanities Press, 1985).]
[6] Adrienne Rich, “Heterosexualidad obligatoria y existencia lesbiana”. Véase la pagina 80 de este libro.
[7] Rich, On Lies, Secrets, and Silence, p. 84 (Vease Sobre mentiras, secretos y silencios, pp. 105-106).
[8] Barbara Smith, ed., Home Girls: A Black Feminist Anthology/ (Nueva York: Kitchen Table/Women of Color Press, 1983), pp. 272-283. Véase también Audre Lorde, Sister Outsider: Essays and Speeches (Trumansburg, N.Y.: Crossing Press, 1984). Para una descripción de la simultaneidad de las opresiones de las mujeres africanas bajo el apartheid véase Hilda Berstein, For Their Triumphs and for Their Tears: Women in Apartheid South Africa (Londres: International Defence and Aid Fund, 1978). Para un relato biográfico y personal, véase Ellen Kuzwayo, Call Me Woman (San Francisco: Spinster/Aunt Lute, 1985).
[9] 9.      Gloria I. Joseph, "The Incompatible Menage a Trois: Marxism, Feminism and Racism", en Women and Revolution, ed. Lydia Sargent (Boston: South End Press, 1981).
[10] 10.  Véase Marilyn Frye, The Politics of Reality (Trumansburg, N.Y.: Crossing Press, 1983), p. 171.
[11] 11.  N. de la T.: Doctrina del siglo XIX por la que se defendía que el destino de E.E.U.U. era expandir su territorio y aumentar su influencia política, económica y social.
[12] 12.  Lillian Smith, “Autobiography as a Dialogue between King and Corpse”, en The Winner Names the Age, ed. Michelle Cliff (Nueva York: W. W. Norton, 1978), p. 189.
[13] 13.  Vease Elly Bulkin, "Hard Ground: Jewish Identity, Racism and Anti-Semitism”, en Elly Bulkin, M. B. Pratt y B. Smith, Yours in Struggle: Three Feminist Perspectives on AntiSemitism and Racism (Brooklyn, N.Y.: Long Haul, 1984; distribuido por Firebrand Books, 141 The Commons, Ithaca, N.Y. 14850).
[14] Revista Ms. (enero, 1984): 86.

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