Presentación Amora 5a edición de Rosamaría Roffiel
Por Sheila Pamela López Cifuentes
Tengo que admitir que no sabía cómo ser capaz de reflejar la importancia de Amora, por ello, empezaré tal como la novela misma está escrita: desde una cuestión autobiográfica de mi proceso en la lesbiandad y en el feminismo.
La primera vez que leí Amora tenía 17 años, al poco tiempo de decirme abiertamente lesbiana, y de aceptar que, de hecho, sí me gustaban las mujeres. Además, hacía poco de tener mi primera ruptura amorosa con quien fue, mi primera novia: Fernanda. Aunque la relación no duró mucho fue muy significativa, pues fue encontrarme con ella, con su cuerpo, con sus miedos así como con su lesbo-misogonia interna.

Para ese momento yo no tenía ni idea de quién era Rosamaría Roffiel o la importancia histórica de la novela “Amora”, sin embargo, haberla leído en ese momento fue un gran apapacho a mi corazona. Recuerdo haber llorado mucho y al mismo tiempo haber encontrado esperanza de que todo mejoraría, de que seguiría amando y encontrando a más amigas lesbianas. En ese momento yo me sentí muy identificada con Lupe, amando locamente, idealizando a las otras y sí, también enamorándome de hetero-curiosas.
Claro que después de ese primer rompimiento de corazón yo continué enamorándome, pero mejor aún, continué buscando respuestas sobre mi existencia lesbiana. Así fue que pasé de estar en espacios completamente “LGBT”, a espacios feministas, a espacios lesbofeministas. Hago esta diferencia pues, como ya pasaba desde los 80, existe aún mucha lesbomisoginia por parte de mujeres feministas heterosexuales, quienes por temor a no obtener aprobación masculina rechazan el afecto entre mujeres, afirmandose constantemente con frases del estilo: “soy feminista PERO no lesbiana”, y por tanto, salvadas por su amor por los hombres.
Estar en espacios lesbofeministas me permitió reconocer a la heterosexualidad no como una “orientación sexual” sino como, un régimen político que se nos impone y se refuerza constantemente a través de narrativas y medios de comunicación. Entendí, por ejemplo, que la heterosexualidad puede ser reproducida en las relaciones lésbicas. Y aunque yo no he nunca con hombres sexualmente también, elegí ser lesbiana, a pesar del bombardeo para ser heterosexual desde muy pequeña. Menciono esto, pues fue en medio de toda esta reflexión que releí Amora. Entonces ya sabía quién es Rosamaría Roffiel, así como la importancia de Amora al ser la primera novela lésbico feminista de México. En esa ocasión, me sentí identificada, no con el dolor de corazón, sino con la cuestión del feminismo, de charlar y de reflexionar con mis amigas sobre temas que nos atraviesan como mujeres y como lesbianas de la ciudad. Y ya no me sentí como Lupe, sino como Norma, con las cosas que decía y con sus enojos.
Su énfasis en la violencia de los hombres, me comenzaba a parecer pertinente aunque todavía un poco “extrema”, ¿cómo iba a ser posible odiar a los hombres? En ese momento de mi vida, aún tenía amigos, la mayoría de ellos gays, y aunque, notaba su misoginia y su profundo clasismo, lo dejaba pasar porque compartiamos la discriminación que vivíamos al amar a alguien de tu mismo sexo.
No fue sino hasta que comencé a leer textos de lesbianas, específicamente de feministas radicales, que me hizo mucho más sentido notar que las violencias que he vivido por ser lesbiana no son sólo discriminación o fobia, sino que tienen una raíz mucho más profunda que se llama: misoginia. Ser una mujer que rechaza la heterosexualidad y la feminidad es más que suficiente socialmente, para ser merecedora de castigo; desde miradas lascivas hasta, como hemos podido ver con “Higui” en Chile, las llamadas “violaciones correctivas”, violencias que precisamente intentan “corregir” el ser la “mala mujer” que no sigue la heterosexualidad ni los papeles que le corresponden.
Me volví más sensible a la violencia de los varones, incluidos los gays, y terminé de comprender a Norma, y de convertirme en ella básicamente. Ya no me parecían “extremos” o “violentos” sus comentarios. Violencia es la que los hombres ejercen cada día a través del acoso, las violaciones y el feminicidio. El hecho de elegir estar sólo con mujeres no responde a odiar a los hombres, sino al amor por las mujeres. Y no porque odiarlos esté mal, sino porque ellos no son el centro de mi existencia ni de mis elecciones, sino, ellas. Las mujeres, las lesbianas especialmente.
Para esta reflexión fueron importantes al menos dos mujeres que continúan en mi vida y que espero caminar con ellas por muchos años más: Kenia y Jennifer. Las menciono porque, así como en Amora, la construcción de conocimientos y de reflexiones no se hace en solitario, se hace en colectividad. A partir de la escucha, de compartir risas y amor pero también, de compartir lágrimas y experiencias dolorosas. Antes de conocerlas, me parecía un poco utópico el compartirme de esa forma, incluso cuando lo leí por primera vez en la novela yo estaba un poco escéptica. Ahora que la volví a releer, como por quinta vez, puedo afirmar que hay dinámicas que aún 40 años después se siguen repitiendo.
Sin duda, Amora es una de las novelas más significativas en mi vida y una inspiración para continuar creando contenido lésbico. Tanto que ahora que en conjunto con estas dos mujeres (Kenia y Jennifer) pudimos compilar un libro ilustrado de experiencias lésbicas llamado “Ilustrando la experiencia lésbica. Mujeres que aman mujeres en Abya Yala”, colocamos dos grandes referencias encontradas en Amora: la primera la ilustración de portada, donde se ve a las mujeres tomadas de la mano siendo felices y existiendo sin preocupaciones. Y la segunda, todo un apartado de ilustraciones que refieren al amor lésbico y que responde al capítulo “Seguramente así aman las diosas”.
Yo creo que todas estamos de acuerdo, en que precisamente ese capítulo es el que más refleja con exactitud el amor y el deseo lésbico. Yo, por ejemplo, pasé de llorar por Fernanda hace 10 años a, actualmente, voltear a ver a Ariadna y pensar que, así como en ese capítulo, al estar juntas el tiempo no existe, sólo una fusión de suspiros, una tormenta de ecos, un amor en lenguaje secreto que pertenece al Cosmos. Y que sí, seguramente así aman las diosas.
Agradezco profundamente a Rosamaría Roffiel por haber escrito Amora, aún en éste contexto del México lesbomisógino que habitamos, y por reflejar tan bien lo que de hecho es ser lesbiana. Desde las equivocaciones en el amor, los dolores y conflictos por ser feminista, los duelos con la familia pero también y sin duda, lo bello que es amar a las amigas y enamorarte de otra mujer. Agradezco a LesVoz por reeditar y reimprimir el libro así como por apostar por las lesbianas en un mundo lesbo-misógino que hace todo lo posible por invisibilizarnos. Y que ellas a través de su editorial le muestran al mundo que las lesbianas existimos y que tenemos mucho que decir.
Sin duda Amora seguirá siendo una novela referente para las siguientes generaciones, y seguirá inspirando a crear y a amarnos a nosotras, las lesbianas.
Fotografías de Rebeca Hernández González, para LeSVOZ, presentación realizada el 30 de abril de 2022, en el Centro Cultural El Ágora, de la CDMX.
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